Número de obras: 55
La calle fue territorio prohibido durante el confinamiento. La veíamos desde los balcones y su ocupación fortuita –ya fuera por niños jugando o por gente paseando- fue proscrita y, a menudo (si se daba el caso), denunciada por los propios vecinos. No fue una situación agradable, que además coexistía con imponderables como el miedo, la obediencia y la incertidumbre. Algunas medidas que regulaban el acceso a la vía pública fueron muy controvertidas, como la permisividad para pasear a los perros en contraposición a la prohibición de salir con niños. Salir a tirar la basura se convirtió en una de las actividades más codiciadas de la rutina diaria y uno de los escasos momentos en los que rememorar el gusto por la libertad.
Pero la calle no es solo un espacio de ocio, sino que también es un espacio de negocio que se vio afectado por esta situación, como por ejemplo con la prohibición de celebrar ferias y mercadillos durante meses.
Durante el confinamiento pudimos ver cómo el miedo por motivos sanitarios vaciaba las calles, no solo porque se prohibía su ocupación de manera ociosa -y saltarse la norma comportaba a menudo ser increpado por los propios vecinos, de modo que se empezó a hablar, de forma informal, de la figura del «Policía de balcón»- sino que toda manifestación o acción masiva de reivindicación o protesta también era inviable. En este sentido, mientras poco a poco la ocupación de la calle mediante las terrazas de la hostelería se permitía progresivamente -y aún antes, con la instauración de las franjas horarias para salir a andar-, las manifestaciones de carácter festivo -comparsería, desfiles- y reivindicativo han sido las que más han tardado en permitirse y no ha sido hasta 2022 cuando se han podido volver a convocar con normalidad. ¿Pero qué efecto de fondo ha tenido la desmovilización durante casi dos años?
Avisos