“Homo socialis”: sin restricciones

Comisaria: Maria Garganté Llanes

Número de obras: 55

Museos representados: MACBA, MNAC, Museu d’Art de Cerdanyola, Museu Víctor Balaguer, Museus de Sitges, Museu d’Art de Girona, Museu del Disseny, Fundació Palau, Museu de l’Empordà, Museu de la Garrotxa, Museu d’Art Modern de Tarragona, Museu de Reus, Museu de Valls, Museu Frederic Marès, MORERA. Museu d’Art Modern i Contemporani de Lleida, Museu Diocesà i Comarcal de Solsona, Museu Apel·les Fenosa, Museu d’Art de Sabadell, Museu Abelló, Museu de Lleida, MEV Museu d’Art Medieval, Museu de Manresa.

Introducción

El objetivo de la muestra es realizar un ejercicio de “mirar” desde nuestro presente pospandémico, a partir de obras de un pasado prepandémico. Ver como una imagen tan icónica e integrada en nuestro imaginario como puede ser una Santa Cena de una tabla gótica, pasó a ser durante un año y medio un tipo de reunión inimaginable o al menos sanitaria y socialmente censurada. Así pues, la exposición no quiere basarse en una simple recopilación de obras de arte sobre fiestas, vida social en los bares o comensalidad, sino que quiere poner de manifiesto que todas estas actividades fueron suprimidas de nuestra vida durante un período suficientemente dilatado de nuestra historia reciente.

Por tanto, partimos del «choque» que supuso vernos privados de este tipo de interacción y también de la dificultad de volver a sentirnos un «ser en relación». ¿La inquietud por recuperar el tiempo perdido convive con una cierta conciencia amarga de que hay algo que se ha roto para siempre? Estas son algunas de las preguntas subyacentes en nuestra mirada hacia el arte a través de las obras que hemos escogido.

Asimismo, pensadores como Georges Bataille o Émile Durkheim han definido una expresión eminentemente social como la fiesta, como una institución desafiante del modelo antropológico del homo economicus, dado que este persigue tan solo el interés individual y, en cambio, de toda celebración colectiva deriva una cierta solidaridad social. Así pues, el homo festus (expresión colectiva del homo ludens) sería también un homo socialis.

En definitiva, la interacción humana siempre determina la construcción de una realidad social y, por este motivo, nuestro principal objetivo será que el recorrido expositivo evoque aquello que la pandemia nos privó de hacer durante casi dos años y, al mismo tiempo, encarne la “recuperación”, esta vez sin restricciones.

Celebraciones festivas de carácter religioso: del Corpus a la Fiesta Mayor.

Las fiestas de carácter religioso han tenido tradicionalmente una dimensión pública, expresada en aspectos como las procesiones que, en el caso de las festividades del Corpus o la Semana Santa, se convierten en su acto central. La procesión era originariamente un reflejo del mantenimiento del orden social, por lo que se trataba de implicar a todos los agentes sociales significados de la ciudad para poder mostrar su mejor cara.

La configuración de estos séquitos urbanos corresponde a un modelo de celebración que regula y estructura la fiesta: el espacio queda definido por un itinerario en el que se mueven los personajes festivos. Cabe decir que la Iglesia se desmarcó paulatinamente de la presencia del cortejo festivo en las procesiones religiosas, de modo que en el siglo XIX se produce una separación que provocará que, actualmente, elementos como los gigantes o el bestiario estén asociados a un concepto más laico de “Fiesta Mayor”. De todos modos, la reciente recuperación de séquitos festivos históricos los ha reintegrado a su función original.

Carnaval: entre tradición y transgresión.

El Carnaval (“abajo la carne”, si hacemos una adaptación del “carne levare” -eliminar la carne- del latín, o “carnes tollendas”, que tendría el mismo significado) siempre se ha asociado a un sentido vitalista extremo de aprovechar, con la praxis del exceso y la transgresión, los días anteriores al inicio de la Cuaresma. La oportunidad ancestral de subvertir el orden establecido, de “disfrazarse” en el sentido originario de despistar o no dejar rastro; poder ser otro, poder modificar el destino y el mundo por un instante. El Carnaval de 2020 tuvo lugar muy poco tiempo antes del “cierre” de nuestro mundo, si bien Italia, que fue el primer país europeo en sufrir los estragos del virus, ya suspendió el Carnaval de Venecia ese mismo año, cuando las regiones del norte eran las más afectadas. Río de Janeiro suspendió el carnaval de 2021, sobre todo las celebraciones en la calle, y el carnaval veneciano fue en “streaming”; mientras que en nuestra tierra, los carnavales más emblemáticos también se vieron afectados: el de Vilanova se vivió a través de las redes y del Canal Blau, si bien no se renunció a adornar las calles. En Sitges, las rúas fueron canceladas y también se promovieron exposiciones y el engalanamiento de las calles. Carnavales atípicos y cargados de nostalgia para aquellos que los viven intensamente año tras año.

La alegría de compartir mesa

Uno de los aspectos que más se vieron afectados por la pandemia fueron las comilonas colectivas o las reuniones que implicaran “comensalidad” en torno a una mesa, que se vieron reducidas a los llamados “grupos burbuja”, limitados al núcleo familiar más estricto y a un número de personas no superior a 6, exceptuando las comidas festivas de Navidad, donde los comensales podían ser 10, pero pertenecientes a un máximo de dos burbujas familiares. Esto conllevó la supresión de muchas cenas y almuerzos de Navidad -y en consecuencia desaparecieron las apasionadas discusiones familiares-, ni tampoco se celebraron las cenas de hermandad típicas de las Fiestas patronales. Los medios se hacían eco, de vez en cuando, de algún caso de transgresión de la norma, concretado en una comida colectiva clandestina que se traducía inmediatamente en un aumento de ingresos en las UCI o en un repunte de contagios. Restaurantes cerrados: primero durante todo el día, y después solo de noche, cuando las sobremesas se alargan hasta altas horas –y son sabidos los peligros que siempre ha comportado la nocturnidad en el imaginario de la ley y el orden…

Por placer: encontrarnos “à plen air”

Cuando las medidas de confinamiento comenzaban a relajarse, coincidiendo con la llegada del verano, los encuentros al aire libre se convirtieron en el equivalente más parecido a la libertad. En algunas poblaciones se anuló la apertura de las piscinas y se restringió el acceso a las playas, imponiendo la distancia social y medidas de control, como por ejemplo el uso de drones de vigilancia para evitar aglomeraciones. Sin embargo, los jóvenes seguían buscando espacios alternativos para huir de dicho estricto control, que ellos percibían como arbitrario y, de este modo, empezaron a descubrir embalses, charcas y arroyos donde poder encontrarse y refrescarse. Se produjo una especie de “descubrimiento” del entorno para fines lúdicos, desde los pícnics hasta los botellones nocturnos. Un objetivo: la sensación de libertad.

Las imágenes seleccionadas recogen el espíritu del disfrute al aire libre, en la línea que explica A. De Saint-Éxupery en Carta a un rehén (1948): “Brillaba un sol magnífico. Su tibieza bañaba los chopos de la otra orilla y continuaba por la llanura, hasta el horizonte. Cada vez nos sentíamos más contentos, sin saber por qué. (…) Estábamos totalmente en paz, inmersos, lejos del desorden, en una civilización definitiva.”

Ocio social: bares y espectáculos.

Los bares, centros neurálgicos de una parte importante del ocio social, estuvieron entre los establecimientos más añorados durante el confinamiento estricto y sobre los que se situó el punto de mira cuando se inició el desconfinamiento. Uso restringido de las terrazas (donde ningún grupo o mesa podía superar las seis personas) y supresión de horarios nocturnos. En definitiva, vivimos la alteración de lo que algunos urbanistas y sociólogos llaman el “Tercer espacio”, que es el de la socialización.
Por otra parte, «La cultura es segura» fue el lema más repetido por los profesionales o empresarios vinculados a las artes del espectáculo, ya que, a pesar de haberse demostrado que ir al teatro no era fuente de contagios -las medidas de aforo, distancia e higiene se controlaban escrupulosamente en la mayoría de los casos-, fue un sector muy castigado con cierres prolongados. ¿Por qué el chivo expiatorio eran aquellos espacios donde la gente suele ser feliz?

 

Privacidad pública: ritos de sociedad.

Uno de los rituales sociales que se vieron más afectados por la pandemia fueron las bodas, que todavía constituyen uno de los eventos por excelencia a nivel familiar y que implica mostrarse en sociedad, no solo ante toda la familia, sino también ante las amistades. La boda, además, consta de diferentes partes, todas ellas proscritas durante los momentos más duros del confinamiento: ceremonia (civil o religiosa), banquete y baile. Algunos medios hablaban de “pérdida emocional” para las parejas que se habían visto obligadas a posponer lo que publicitariamente todavía quiere definirse como “uno de los días más felices” de su vida.

Otros rituales sociales por excelencia que se vieron truncados fueron tanto los nacimientos como los entierros. En cuanto a los primeros, no se podía visitar a los bebés ni compartir la alegría del momento, y en lo que se refiere al traspaso, al dolor de la muerte en soledad en hospitales o residencias, se añadió la imposibilidad de acompañar colectivamente en el duelo.

Bailando al son que tocan

El baile puede ser ritual, en el contexto de una tradición determinada -y que implica a un público que lo aplaude y lo refrenda-, o puede ser meramente lúdico, sin obviar que un baile de carpa de fiestas patronales o de “discoteca” puede regirse igualmente por una ritualidad, que va desde la exhibición al cortejo. La proximidad y el contacto que proporciona el baile fue algo proscrito durante la pandemia, cuando se preconizaba una necesaria «distancia social». Las sardanas se permitían si los danzantes sostenían un pañuelo o prenda de tela por dos extremos, de manera que se evitara el contacto de las manos. Por otra parte, los bailes de Fiestas Patronales fueron suprimidos y, a menudo, reducidos a conciertos al aire libre, que debían presenciarse sentados en sillas separadas, viéndose el cuerpo privado de la expresión del movimiento que sigue el ritmo de la música.

Tomar las calles (I): ocio y negocio

La calle fue territorio prohibido durante el confinamiento. La veíamos desde los balcones y su ocupación fortuita –ya fuera por niños jugando o por gente paseando- fue proscrita y, a menudo (si se daba el caso), denunciada por los propios vecinos. No fue una situación agradable, que además coexistía con imponderables como el miedo, la obediencia y la incertidumbre. Algunas medidas que regulaban el acceso a la vía pública fueron muy controvertidas, como la permisividad para pasear a los perros en contraposición a la prohibición de salir con niños. Salir a tirar la basura se convirtió en una de las actividades más codiciadas de la rutina diaria y uno de los escasos momentos en los que rememorar el gusto por la libertad.

Pero la calle no es solo un espacio de ocio, sino que también es un espacio de negocio que se vio afectado por esta situación, como por ejemplo con la prohibición de celebrar ferias y mercadillos durante meses.

Tomar las calles (II): ¿las calles serán siempre nuestras?

Durante el confinamiento pudimos ver cómo el miedo por motivos sanitarios vaciaba las calles, no solo porque se prohibía su ocupación de manera ociosa -y saltarse la norma comportaba a menudo ser increpado por los propios vecinos, de modo que se empezó a hablar, de forma informal, de la figura del «Policía de balcón»- sino que toda manifestación o acción masiva de reivindicación o protesta también era inviable. En este sentido, mientras poco a poco la ocupación de la calle mediante las terrazas de la hostelería se permitía progresivamente -y aún antes, con la instauración de las franjas horarias para salir a andar-, las manifestaciones de carácter festivo -comparsería, desfiles- y reivindicativo han sido las que más han tardado en permitirse y no ha sido hasta 2022 cuando se han podido volver a convocar con normalidad. ¿Pero qué efecto de fondo ha tenido la desmovilización durante casi dos años?

Otros espacios donde encontrarse

En los momentos más duros del confinamiento y más allá de los propios hogares, los únicos espacios de encuentro eran virtuales. Hicimos de las conexiones con Zoom, Meet o Teams las ágoras desde donde encontrarnos, debatir o conversar. También aprendimos a trabajar en línea desde la soledad del propio domicilio. En este sentido, mostramos algunos espacios de encuentro que hasta aquel momento eran totalmente inusuales: la convivencia en un espacio de trabajo o de docencia, las trastiendas como espacios de tertulia o los lavaderos como antiguo espacio de confidencia y convivialidad femenina.

Finalmente, “visitar” a alguien durante la pandemia también se convirtió en una utopía y la prudencia o el miedo hicieron mella durante mucho tiempo, especialmente en los hábitos sociales de las personas.