Maneras de decir yo
Autorretrato y mujeres en la Xarxa de Museus d’Art de Catalunya

Comisaria: Cristina Masanés

35 obras
32 artistas
9 museos: Museu d’Art de Cerdanyola / Museu d’Art Contemporani de Barcelona / Museu d’Art de Girona / Museu d’Art de Sabadell / Museu d’Art Jaume Morera / Museu d’Art Modern de Tarragona / Museu de l’Empordà / Museu de Manresa / Museu Nacional d’Art de Catalunya

El yo es una idea bastante moderna. En primera instancia, en el siglo XVII, se tuvo que formular como concepto. Después, en el XVIII, en pintura se fue imponiendo el autorretrato. Y finalmente, en el XIX, entre la burguesía triunfó el hábito de registrar la intimidad en diarios personales. Y es que la modernidad impulsó una noción de la identidad como un proceso introspectivo que hace emerger de las profundidades del alma un yo supuestamente auténtico. Ya sea el yo pensando del ensayo, el retrato pintado o la voz privada de quien escribe un diario, lo que está en juego es la pregunta, siempre incómoda, de quien responde a mi nombre.

En la práctica moderna del autorretrato, los artistas –hombres, por supuesto– a menudo se presentan como creadores magistrales o almas torturadas. Se muestran en el estudio, pero también interpretando papeles sociales o desplegando vínculos, ya sean familiares, de maestría o de mecenazgo. En cuanto a las artistas, si bien se las ha presentado mayoritariamente como objetos y rara vez como sujetos, no es cierto que no se hayan autorretratado. Como un gesto reivindicativo de sujeto –había mucho trabajo por hacer, en este sentido-, como resultado del interés por la propia imagen o por una privilegiada conciencia física, disponemos también de autorretratos firmados por mujeres. Y más de los que pudiera parecer a primera vista

Este es un trayecto virtual por las colecciones de los museos de la Xarxa de Museus d’Art de Catalunya, en el que seguimos la línea trazada por los diferentes autorretratos realizados por mujeres. Son muy pocas las artistas que se pintan pintando. Los primeros cuadros, de finales del siglo XIX, incorporan el canon pictórico del retrato. Pero es a partir de los años sesenta cuando la autorrepresentación por parte de las artistas se hace plenamente plural, expandiendo la propia noción de autorretrato. Es evidente que el feminismo ha tenido mucho que ver, pero también la idea de un sujeto poroso vinculado a la postmodernidad y la libertad asociada al arte contemporáneo

Autorrepresentarse no es fácil, incluso en los tiempos del selfie. Además de la habilidad técnica, se necesita una cierta honestidad psicológica: ser capaz de construir acertadamente una imagen propia en la que me reconozca. Huelga decir que, en este proceso, el rostro es la parte más importante del pastel, y con el rostro, la mirada, claro. Pero esto es solo la punta del iceberg de la autorrepresentación. Os invitamos a seguir algunas de sus derivas, avisando del peligro performático de la imagen propia: no sea que diciendo como soy, me acabara pareciendo

Anatomías

Son muchos los retratos que, siguiendo el canon de la tradición, se concentran en el rostro y en la mirada, buscando aquello que les es propio. A veces es la amplitud de los pómulos, la torsión de la cabeza o la intensidad de los ojos. Pepita Teixidor, Trini Sotos, Maria Teresa Ripoll, Maria Noguera, Joaquim Casas y Ana Maria Smith se han decantado por esta opción. No tenemos ninguna figura completa; como mucho, retratos de tres cuartos. Tampoco tenemos ningún cuerpo fragmentado hasta bien avanzado el siglo XX, cuando, en una clara metonimia, las artistas deciden tomar una parte por el todo. Manos, pies, pechos, corazón, pulmones y otras anatomías centran los trabajos de Ana Sánchez, Ester Fabregat o Laura Cirera. ¿Es el cuerpo fragmentado del sujeto contemporáneo? ¿O es la esencialidad prehistórica que tan bien invoca Ana Mendieta con su autorretrato en una hoja? Y es que, también en arte, el yo a menudo se expresa con el cuerpo

Un yo biográfico

A veces la anatomía no es suficiente y emerge un yo biográfico. Un yo que no se reconoce en el momento congelado y se ubica en la temporalidad de la vida. Son los retratos en los que se cuenta una historia de vida y en los que la imagen propia se construye como un relato: es el retorno de Fina Miralles o de la juventud fotografiada de Cristina Núñez. Es el vínculo con la madre evocado por Ana Marín, el diálogo con el padre de Andrea Lerín, la maternidad uterina de Mari Chordà, el álbum familiar de Carme Coma y Montse Gomis o la figura de la hermana de Barbara Stammel. En unas y otras, hay un sujeto abocado al tiempo y a la trama, inagotable, de relaciones y vínculos

Reverberaciones del yo

Hacia el 1899, Lluïsa Vidal se retrata en Barcelona con la paleta, el pincel y una bata de trabajo. Para decir quién es, nos cuenta que hace. Aparte de su reivindicación del derecho de las mujeres a hacer del arte una profesión, es interesante ver cómo a menudo el yo se explica mostrando en qué actividad se reconoce. Otros artistas se han retratado en el estudio, como Núria Batlle, si bien entre un estudio y otro hay 101 años de diferencia. En lugar del estudio, Neus Buira nos muestra este ámbito asociado al descubrimiento y al viaje interior que es la biblioteca personal, y Lara Almarcegui su trabajo en el huerto como un proyecto de crecimiento propio y social. Y si hablamos de extensiones o reverberaciones del yo, no podía faltar el espacio doméstico, denunciado en este caso por Martha Rosler y su cocina objetual.

Cuerpos intencionadamente políticos

En el ejercicio del autorretrato, hay quien huye de la introspección y entiende el cuerpo ni como un organismo natural ni como un elemento identitario, sino como una construcción política o un artefacto resultante de la arquitectura social. Es en este paradigma donde se sitúan algunas de las prácticas artísticas contemporáneas, las cuales someten a crítica la mismísima noción de identidad. Son los cuerpos intencionadamente políticos de Núria Güell, que investiga en la ciudadanía del yo a través de la idea de patria, y de Jo Spence, que revoca el imaginario pictórico de la maternidad. Es la denuncia del patriarcado en el ámbito del arte por parte de las Guerrilla Girls, las alteridades demonizadas de Marina Núñez y el placer negado invocado por Ana Laura Aláez. Finalmente, y con mucha ironía, Esther Ferrer desmonta el mito de la desnudez como el lugar privilegiado de la intimidad.

El cuerpo ausente

Ciertamente, la naturaleza, las verdades matemáticas o el inconsciente van más allá de la propia individualidad y, sin embargo, la constituyen. Es esto lo que ponen de manifiesto algunas formas de representación que diluyen la presencia física hasta hacerla desaparecer, o la ponen en diálogo con elementos naturales y realidades que nos sobrepasan. Es el yo onírico de Itziar Okariz, o el yo transformado en una chimenea adivinadora de Denys Blacker. Es también la geometría universal de Àngels Ribé, o el retorno a algunos elementos primigenios como el árbol o la paja, de Fina Miralles. Unas y otras, acaban diluyendo la propia presencia humana hasta borrarla..