Somos quienes somos, somos como somos

Comisarios: Pere Parramon y Laura Cornejo

Estéticas y disidencias queer en los museos de la XMAC

Introducción: el quien y el como

La diversidad afectiva, sexual y de género forma parte de nuestra naturaleza. Del mismo modo, el arte, como la expresión más profundamente humana posible, no puede dejar de recoger esta riqueza. A partir de obras pertenecientes a las colecciones de la Xarxa de Museus d’Art de Catalunya (XMAC), esta exposición celebra la pluralidad de las formas de amar, desear, sentir y pensar en las manifestaciones estéticas.

 

Con la voluntad de hacer “salir del armario” –este mueble del siglo XVII, con los santos Cosme y Damián, sirve de metáfora para conceptualizar la expresión, usada para designar el momento de hacer pública la homosexualidad– la presencia en el arte de los museos catalanes de personas lesbianas, gais, bisexuales, transgénero, intersexuales, queer y con cualquier otra orientación sexual o identidad de género –las siglas LGTBIQ+ las reúnen a todas–, el recorrido expositivo identifica algunas formas de evidenciar o simbolizar los desafíos a la heteronormatividad.

 

Todos y cada uno de los ámbitos propuestos en esta muestra nos invitan a contemplar con otros ojos las piezas recogidas en la XMAC, y leer la multiplicidad de matices dentro de una realidad poliédrica y en constante revisión. Así, el itinerario expositivo integra las visibilidades sobre la diversidad afectiva e identitaria que ofrecen las propias obras –representadas según los condicionantes de sus contextos– y, al mismo tiempo, las miradas que se pueden sobreponer a las obras –aquellas que no se limitan al mero acto perceptivo, sino que proyectan ideas previas y expectativas.

 

La exposición Somos quien somos, somos como somos se presenta como una reflexión sobre la subjetividad queer –vocablo inglés traducible por “raro” y aplicado a la disidencia sexual y de género con respecto a los modelos tradicionales. También nos presenta los afectos como un tesoro –como las Dos mujeres tumbadas (1944) de Joaquim Sunyer en la Fundación Palau (Caldes d’Estrac)–, de lo que pueda haber en nosotros de esencial y primario –pensamos en la obra de Llena–, o bien de construcción –observamos, entonces, el collage de Torrell.

Expresiones de la disidencia

En las últimas décadas, hemos empezado a enriquecer los discursos al referirnos a nosotros mismos y a nuestra forma de ser y de estar con los demás, y, en esta asunción de la diversidad, hemos introducido conceptos como los del sexo biológico –añadiendo al tradicional binarismo macho-hembra otras posibilidades–, género –conjunto de rasgos, roles y funciones atribuidos socialmente a los sexos– y orientación sexual –hacia qué sujetos se dirigen la afinidad y la atracción. Las combinaciones entre cuerpo, comportamiento y deseo son, por supuesto, infinitas. Partiendo de este punto de vista, la disidencia en la expresión de género constituye una de las afirmaciones más obvias frente a los demás: desde personajes históricos como Anne Lister, lesbiana británica del siglo XIX que, en muchos sentidos, vivía y se expresaba como un hombre –la serie televisiva Gentleman Jack (creada por Sally Wainwright, 2019-2022) se inspira en sus diarios–, hasta artistas militantes del colectivo LGTBIQ+ como Cassils, que en la performance halla la manera de trabajar su cuerpo como material escultórico con el fin de poner en entredicho los límites convencionales.

Pavonearse en la pluma

Del hombre afeminado y amanerado se dice que “tiene pluma”. Aunque, al igual que con todas las expresiones de género, no debe entenderse necesariamente como una imagen de una orientación sexual u otra, a menudo se identifica como signo externo del hombre gay –el equivalente aproximado en el caso de la mujer lesbiana sería el estereotipo de la “camionera”. Según el lugar y el momento, la pluma genera reacciones diversas, desde la mofa y el escarnio a la discriminación por parte de colectivos homófobos, pero también dentro del propio colectivo LGTBIQ+ –en las aplicaciones de contactos, por ejemplo, es fácil encontrar perfiles que buscan hombres “sin pluma”. En esta aversión concurren tanto la denigración de la feminidad como el odio contra las divergencias sexuales y de género, de modo que, como respuesta, son muchas las voces y campañas que reivindican la pluma como ejercicio de libertad individual y, en palabras de Jaime Gil de Biedma, «ritual de complicidad colectiva». Pluma orgullosa, esa que retrata Gargallo, la que esculpe Uró o la que fotografía en el año 1958 Joan Colom en El Raval (Les Tàpies) (Museu de Valls).

Acercarse al otro lado

“Trans-”, como prefijo de origen latino, se usa para formar adjetivos cuyo significado tiene que ver con “el otro lado” y que indican la posición opuesta. Sustantivado, entendemos por “trans”, igual como lo hace Gerard Coll-Planas en La voluntad y el deseo, el término «que engloba a todas aquellas personas que no presentan una correspondencia entre sexo y género: transexuales, travestis y transgéneros». Cada “al otro lado” es una historia, y a ellas nos acercan figuras tan diversas como las de Andreu Sala –al rezar para preservar por su castidad, Dios hizo crecer la barba a la princesa Liberada, que acabó siendo crucificada por su padre– y Ismael Smith, aquí reproducidas, o los Travestitas de José Luis Cuevas (1981) conservados en el fondo del Museu d’Art de Girona y, que, en su aparente indefinición, reclaman el derecho a toda redefinición. Las artistas Helena Cabello y Ana Carceller, por su parte, se adentran en el relato del caso real de Elena/Eleno de Céspedes, persona del siglo XVI que, a pesar de nacer mujer mulata y esclava, vivió como un hombre. Finalmente, la fotógrafa trans Mar C. Llop reivindica lo personal como político, y lo hace desde la celebración de lo propio.

¿Cómo se representa el deseo?

En la identidad confluyen decisiones personales, expectativas sociales y discursos -políticos, étnicos, de clase, etc.-, así como elementos relacionados con el sexo, el género y la orientación sexual. Determinados rasgos físicos o de expresión pueden contribuir a la conformación de una imagen identitaria, pero con el deseo, a no ser que el sujeto se represente en una actitud que lo signifique –mirando, seduciendo o consumando su anhelo–, es imposible construir una apariencia específica. Por ejemplo, ¿qué aspecto tiene un bisexual? ¿Y un gay? Obviamente, hay tantos como personas. Sin embargo, la necesidad de referentes simbólicos conlleva convenciones difícilmente justificables, por no decir arbitrarias: es el caso de la pintura Joven desnudo sentado a orillas del mar (Hippolyte Flandrin, 1837) y su émulo fotográfico Caino (Wilhelm von Gloeden, c. 1902) –ambos muy próximos a la Academia de Caba–, tan afianzados en el imaginario colectivo como representación de la homosexualidad que dicha obra de Flandrin acabará ilustrando la cubierta de No se lo digas a nadie (Jaime Bayly), una de las novelas de temática gay más influyentes de los años noventa. ¿El porqué de esta asociación? Chi lo sa…

Antoni Caba. Academia de desnudo masculino, sin fecha. Óleo sobre tela, 63,5 x 79 cm. Museu Empordà, Figueres; ME 639. © mE. Museu Empordà, Figueres (Xavier Torner).

Las amigas particulares

En la realidad histórica y política se intuye una especial reticencia a hablar sobre las prácticas eróticas disidentes entre mujeres y, a lo largo de los siglos, estas han tendido a mantenerse invisibilizadas. A menudo, el deseo entre mujeres ha sido representado bajo pretextos más o menos sutiles: las caricias en los séquitos de ninfas de Diana, la intimidad solicitada con un gesto afectuoso, o el abrazo cómplice. La historia del arte nos ha dejado grandes ejemplos de juegos entre lo insinuado, lo visto y lo lésbico, como en las pinturas Gabrielle d’Estrées y la duquesa de Villars (1594) de la Escuela de Fontainebleau, El sueño (1886) de Gustave Courbet, El sofá (1893) de Toulouse-Lautrec o Grupo de mujeres (1904) de Lovis Corinth. Sin embargo, el amor y la seducción entre mujeres se ha articulado para complacer a un cierto voyerismo heteropatriarcal, ávido –como afirma Julia Kristeva en Poderes de la perversión– de satisfacer su curiosidad sobre lo que hacen las mujeres cuando están solas, ya sea dentro del espacio doméstico –instigador “de amistades particulares” como en la obra de Aragay–, o en un momento de reposo –como en el trío de Iturrino.

Construcción de la identidad lésbica

Cuando pensamos en referentes históricos y culturales de la identidad lésbica, y en pioneras que han defendido preferencias sexuales disidentes, no podemos obviar a la poeta griega Safo, quien escribió sobre las relaciones sentimentales con sus compañeras en la isla de Lesbos, de la cual deriva el “término lesbianismo” –el Museu d’Art de Girona guarda el retrato titulado Saphos (1979), firmado por Modest Cuixart. En la literatura, Safo normaliza la homosexualidad femenina en el siglo IV a. C., como lo hará en el siglo XX la novelista Colette, autora de obras como Chéri y La Maison de Claudine. Mujer empoderada, vivió de forma libre sus afectos, describiendo imágenes emotivas del amor femenino –como la atracción entre las mujeres de Pidelaserra, medio abrazadas en cama– y abriendo nuevos espacios queer en la sociedad francesa de la época. Muchas artistas del pasado defendieron inclinaciones distintas a la heterosexualidad, conviviendo con una pareja del mismo sexo y subvirtiendo el destino natural de la mujer como engendradora de hijos que dictaba el patriarcado; son casos emblemáticos y cercanos los de la bailarina Carmen Tórtola o el de la pintora Marisa Roësset.

Gais que se hacen notar

De parejas como la del emperador Adrián y el hermoso Antinous –aquí, representado por Apel·les Fenosa–, en el itinerario queer por el Museo del Prado La mirada del otro: Escenarios para la diferencia, Carlos G. Navarro y Álvaro Perdices señalan tanto su «excepcional importancia histórica» como su «significado homosocial». Siempre adaptadas a los condicionantes de cada lugar y de cada época, presencias como estas, apasionadas –el artista gay Néstor retrata la llama de unos amantes que bien podrían ser dos hombres–, valientes –Fenosa, amigo de la pareja formada por Jean Cocteau y Jean Marais, realiza el pequeño busto del primero para que el segundo se lo lleve a la guerra–, inspiradoras –la pareja Paco y Manolo defienden la magia de las historias reales– y optimistas –«no me da miedo el futuro», canta el protagonista de Carles Congost después de salir del armario en el vídeo de Carles Congost Un mystique determinado (2003) del Museo Jaume Morera (Lleida)‍‍–‍‍, con su firme visibilidad abren paso en el camino del “somos quienes somos, somos como somos”.

Zeus se va de cruising

La seducción y rapto del príncipe pastor Ganímedes por Zeus metamorfoseado en águila ha sido a lo largo del tiempo un pretexto para la representación del deseo homosexual. La obra de Joaquim Sunyer –con una escultura sobre el episodio mitológico en medio de un frondoso parque–, vista desde una perspectiva queer contemporánea, permite mencionar el cruising. Es decir, la búsqueda de intercambios sexuales clandestinos en espacios más o menos públicos –evocada, por cierto, en la hedonista fantasía en la serigrafía de Nazario–, desde bucólicos jardines y saunas de reminiscencias clásicas, hasta sórdidos urinarios, descampados y áreas de descanso en las autopistas. El filme El desconocido del lago (dir. Alain Guiraudie, 2013) describe su funcionamiento y, sobre todo, el régimen de visibilidad panóptica que se da en dicha búsqueda, mientras que Alex Espinoza concluye su libro Cruising: Historia íntima de un pasatiempo radical diciendo: «Estamos haciendo algo que sabemos que es ilegal y subversivo. El acto en sí es una protesta, una revuelta. Las personas que hacen cruising son rebeldes proscritos».

Academias para miradas poco académicas

La modernidad a menudo impuso las academias –estudios de desnudos realizados al natural– como parte del aprendizaje y desarrollo de las destrezas del artista. Mientras en las escuelas se hacían en grupo –Rossend Nobas da fe de ello–, los profesionales las llevaban a cabo en sus estudios, lo que permitía una complicidad –especialmente apreciable en la sanguina de Julio Antonio– que seguramente podía estimular la imaginación de observadores demasiado acostumbrados a no ver el tipo de intimidad entre hombres que deseaban. De igual modo, la mirada homoerótica podía ser complacida en el resultado final de muchas academias: si seguimos la distinción clásica de Kenneth Clark entre figura “desnuda” y figura “desvestida” –la primera, divina y heroica, no requiere cubrirse, mientras que la segunda, mortal y mundana, sí–, aunque la mayoría de academias tuvieran vocación de desnudo, en la práctica podían ser apreciadas como cuerpos desvestidos, cercanos y deseables.

El cuerpo masculino erotizado

Las disciplinas artísticas han sabido recoger la pluralidad de vivencias, percepciones y representaciones de masculinidades no hegemónicas en la sociedad y la cultura, aunque las figuraciones de masculinidades gais se han visto menospreciadas en el contexto de la “masculinidad”, un concepto asociado a las estructuras de poder derivadas de la legitimación del patriarcado. En este sentido, obras como la de Antoni Fabrés y Adolfo Wildt saben mostrar una nueva masculinidad “guerrera”, representada mediante unos cánones reservados a la erótica femenina –el exotismo, el reposo invitante, la contorsión sensual del cuerpo, la visión fragmentada de los órganos genitales… Por su parte, la fotografía moderna confirió un cierto misticismo a la homosexualidad, con un tratamiento exquisito del desnudo masculino en blanco y negro, particularizado en trabajos como los de Josep Masana y Joan Vilatobà -muy cercano al Croata de Wildt, tenemos el primer plano donde el sexo solo se insinúa desde una de sus obras expuestas en el MNAC–‍, donde las implicaciones homoeróticas en la representación de los cuerpos rompen con los imaginarios sociales instituidos. Aunque los alemanes Wilhelm von Gloeden y Herbert List serán los artistas visuales homosexuales más famosos de la primera mitad del siglo XX, con sus fotografías de jóvenes sicilianos o griegos entre referencias a la antigüedad clásica, en nuestro país, ya en la segunda mitad del siglo, también contamos con un gran constructor de imágenes homoeróticas masculinas como es Toni Catany –representado, por ejemplo, con el Desnudo Masculino de la serie Soñar Dioses (1988) del Museu de Valls.

San Sebastián, un icono queer

San Sebastián fue un militar romano, condenado a morir asaetado por defender su fe. El cuerpo del santo, con su imagen sensual y ambigua, es un buen ejemplo de cómo la hagiografía ofrece pretextos para contemplaciones disidentes; estos San Sebastián de Josep Tramulles y de Joaquim Juncosa, centros de tantas miradas, y en la misma línea, este otro conservado en Vic o los de Andrea Bregno (Museu Nacional d’Art de Catalunya) y el del taller de Alejo de Vahía (Museu Frederic Marès), se convierten en un ideal de belleza no tan lejano al que describen Derek Jarman y Paul Humfress en la película Sebastián (1976). Oscar Wilde y Tennessee Williams también alabaron las sensaciones eróticas que se vinculan a este personaje histórico-literario, y Yukio Mishima, en Confesiones de una máscara (1949), escribirá: «No es el dolor el que emana de su liso pecho, de su tenso abdomen, de sus caderas levemente inclinadas, sino una llama de melancólico placer, como el que produce la música»; diecisiete años después, Mishima posó para el fotógrafo Kishin Shinoyama, emulando la sexualidad queer del San Sebastián (1615-1616) de Guido Reni.

Gafas de colores

Ni la relación entre el barrenero y el fundidor de Blay –que se explica desde lo que Carlos Reyero en Apariencia e identidad masculina identifica con la virilidad asociada al trabajo y con una camaradería exenta de ambigüedad sexual– ni la experiencia vital de artista tienen que ver con el amor homosexual; sin embargo, y dejando de lado las advertencias de Umberto Eco a cuento del peligro de sobreinterpretar –sobreponer algo a la obra que no está desde el primer momento–, la perspectiva queer defiende que, ante la falta de referentes visuales, los miembros de un colectivo como el gay puedan elaborar relecturas apropiacionistas. De hecho, son muchas las imágenes tradicionalmente vinculadas a una cierta idea de masculinidad –obreros, policías, luchadores, toreros…– que se convierten en iconos homoeróticos en revistas como Physique Pictorial, en las puestas en escena de grupos de música como los Village People o en los dibujos de artistas como Tom de Finlandia y Nazario –de este último encontramos un ejemplo en la exposición de la XMAC Mil maneras de morir.

El sida

La irrupción del sida en los años ochenta es sin duda un episodio fundamental cuando se habla de la sexualidad contemporánea. En el contexto del estigma homófobo que rodeó la aparición del virus, haciendo resurgir la persecución social sobre los “grupos de riesgo” como los homosexuales –lo denunciarían, entre otros, Susan Sontag en el ensayo El sida y sus metáforas, y Nazario con unos cómics mordaces y abiertamente críticos–, creadores, fotógrafos y escritores se significaron por la dignificación de los afectados por el sida. En los momentos más duros del contagio, y antes de la aparición de campañas para promover el conocimiento y la prevención de la enfermedad –como el programa educativo SIDA. Saber ayuda, impulsado por la Fundación La Caixa– distintos artistas convirtieron su agonía física no solo en un documento de lucha contra el sida y la discriminación de género, sino también en el motivo principal de su obra. Convencidos de que la expresión artística puede ser un agente de cambio y transformación social, casos como los de Pepe Espaliú, Derek Jarman y Keith Haring –artífice del mural Todos juntos podemos parar el sida, en el barrio barcelonés del Raval– contribuyeron activamente a la liberación sexual, y con la representación en clave política de sus afectos –como sucede en la pieza sin título (Ross & Harry) de Félix González Torres, protagonizada por Ross Laycock, su pareja (también víctima del sida) y el perro que compartían.

Rosa, donde el amor se posa

Afortunadamente, las disidencias sexuales y de género representadas en el arte también se han integrado en el ámbito del diseño, a menudo utilizando una estética provocadora, que busca cuestionar o quebrantar las fuerzas dominantes de la historia, experiencias o conocimiento adquirido. Con la revolución de la arquitectura y el diseño posmodernos, se reclama la subjetividad deudora del Pop Art y de la contracultura de la época, dirigida a remover los cimientos de una sociedad biempensante y acomodada. Ejemplos como el jarrón Shiva, diseñado por Ettore Sottsass –y desde entonces elaborado por BD Barcelona–, atestiguan el hecho de que los objetos pueden generar una especie de ambigüedad, de tensión, a la hora de percibir sus límites conceptuales y materiales, planteando una disociación de lo socialmente aceptado. Este jarrón de cerámica vidriada, con su característico perfil fálico, es una contestación a la concepción priápica de la masculinidad dura y sólida –según unos imperativos culturales propios de los medios de comunicación y de la ideología patriarcal– asociándola al rosa, color icónico que históricamente ha simbolizado las convicciones y luchas para diversas identidades LGTBIQ+.

Ettore Sottsass (diseñador) y BD Barcelona (producción). Shiva, 1973 (2021). Jarrón, s/m. 23 x 17 x 7. Museu del Disseny de Barcelona; MDB 14048. Fotografía: Estudio Rafael Vargas.

Epílogo: reivindicación, disfrute y visibilidad

Jacques Rancière, en La división de lo sensible, ya pone de manifiesto que «la política y el arte, como los saberes, construyen “ficciones”, es decir, reordenaciones materiales de signos e imágenes, de las relaciones entre lo que se hace y lo que se puede hacer». Por eso es tan importante que nos mantengamos bien atentas y atentos a lo que muestran sobre nosotros mismos los artistas y los museos, y también a lo que no. ¿Por qué seguir reivindicando la libertad y la diversidad –cuando son los fundamentos de una democracia real como la que exige la pieza Design for Protest?–, porque debemos seguir disfrutando de quienes somos y de cómo somos –esta es la invitación que nos hace el sensual cuerpo ornamentado de Ignasi Esteve–, y porque debemos seguir impulsando iniciativas que hagan visible la riqueza de un colectivo que, en definitiva, nos abraza a todas y todos –acciones como la realización de la obra de Randomagus, creada ex profeso para la XMAC con motivo del Día de la Liberación LGTBIQ+ 2022‍.